Los multimillonarios no deben gobernar por parecidas razones a las que no deben hacerlo los futbolistas. Las destrezas que se requieren para amasar una fortuna o para propinar una goleada son distintas a las que se necesitan para dirigir un Estado. Es que pueden administrar mejor la economía... no está probado, pero sobre todo hay que entender que los sistemas político-sociales que conforman un país van mucho más allá de lo económico. Repugna esa ambición de los magnates que anhelan, como guinda del pastel de su éxito personal, la primera magistratura. Nada bueno ha salido de estas aventuras, pensemos nomás en Berlusconi.

El caso de Sebastián Piñera lo demuestra, Chile ha crecido a tasas aceptables bajo su gobierno pero, clara demostración de que la economía no lo es todo, no ha podido consolidar su modelo y la candidata de su tendencia ha sido aplastada por su rival socialista aliada a los comunistas. Y es que, en realidad, no hubo modelo. Se mantuvo por inercia el esquema liberal restringido que rige desde hace tres décadas, sin ahondarlo, incluso socavándolo, pues se aumentaron las prestaciones laborales, se incrementaron los impuestos, se crearon nuevos subsidios y la política exterior fue errática, ya que muchas veces acolitó a los papagayos bolivarianos.

El catedrático chileno Mauricio Rojas, ahora miembro del Parlamento de Suecia y ciudadano de ese país, en un muy comentado artículo, acierta al decir que la clave de la derrota de la derecha chilena está en la incapacidad de la tendencia a producir cultura e ideas. Parafraseando el famoso eslogan de la campaña de Clinton podríamos decir: “¡Es la cultura, estúpido!”. Rojas afina su acierto al decir que ese no es un problema únicamente de Chile. Esta tara de la derecha continental la lleva no solo a no tener influencia en el pensamiento y las artes, sino a ser incapaz de una estructuración ideológica, de una reflexión elemental sobre su rol político. Es en ese marco que se escogen candidatos millonarios, que supuestamente representan el “éxito empresarial”, sin considerar la calidad de su mensaje. Cuando estos llegan al poder, proceden no como lo harían en la gerencia de sus empresas, sino como en un club de beneficencia, en el que lo que interesa es tener la billetera bien abierta. La derecha ecuatoriana, derrotada sistemáticamente desde el 2002, ha puesto en evidencia su miseria intelectual y una patética crisis de identidad ideológica, a lo que hay que añadir la tradicional ignorancia de las clases dominantes nacionales. Un contendiente tan inerme, sin el menor arsenal conceptual, inevitablemente será triturado por el populismo autoritario, que no es por sí mismo inteligente ni consistente ideológicamente, sino que astutamente ha asumido como suyas las elaboraciones doctrinales, los productos culturales y el léxico de la izquierda, para lo cual cuenta con el apoyo de intelectuales miserables, que ven en la colaboración con las dictaduras la oportunidad que jamás les dio su talento.